Los Límites en la Infancia
Los padres deben criar niños saludables, que sientan que pueden ser felices, que asuman paulatinamente responsabilidades y que desarrollen comportamientos éticos. En síntesis, deben acompañar a sus hijos en el proceso de hacerse autónomos y realizarse como personas.
Vivimos en un mundo complicado, rodeados de una serie de oportunidades y también de riesgos. Por ello, debemos aprender a construir límites desde los patrones de crianza y nuestros estilos educativos.
¿Pero qué son los límites? ¿Es lo mismo que establecer reglas? Los límites son membranas imaginarias que regulan el contacto con los demás en términos de permisividad, dependencia emocional, derechos, autonomía, etc. (Sauceda & Maldonado; 2003). Son una construcción imaginaria de la que nos apropiamos y que se va modificando a lo largo de nuestra vida.
Los niños necesitan límites porque eso les permite protegerse de los riesgos que los rodean, desligarse poco a poco de los adultos y comprender que hay regulaciones que se construyen por acuerdo, aprender a defender sus propios derechos, así como actuar en base a lo que consideran justo y correcto.
¿Qué elementos están presentes en nuestras relaciones con los niños?
Toda familia tiene al menos los siguientes elementos:
Jerarquía: En la familia existen diferentes niveles de autoridad. No todos sus integrantes pueden decisiones finales y, usualmente, quienes lo hacen son los padres. Aunque se use mecanismos democráticos, la familia es un sistema en el que se ejerce autoridad. Por eso, cuando hay violaciones de los niveles jerárquicos alguien es “desautorizado”.
Son asociaciones abiertas o encubiertas: La alianza natural debería ser la de los padres para establecer reglas de convivencia y acordar la manera en que se realizará la crianza y educación de los hijos. Cuando se producen “alianzas perversas” entre un hijo y uno de los padres (o con los abuelos) se generan conflictos de lealtad y se quiebra la jerarquía.
Funciones o papeles: Las funciones son conductas repetitivas en el marco de actividades recíprocas. Los padres tienen funciones diferentes a los hijos, por ello su papel no puede ser confundido con el de los amigos. Los roles deben ser consistentes y flexibles a la vez.
Límites. Los límites son membranas imaginarias que determinan diferencias entre los subsistemas (abuelos, padres, hijos, pares o amigos). Los límites firmes promueven la autonomía relativa, pero deben ser funcionales para dar permeabilidad y permitir acercamientos. Un límite generacional que no debe ser quebrado es que los padres son padres y los hijos son hijos. Esto significa que las formas de manifestar afecto, el lenguaje, el contacto físico, entre otros, deben estar enmarcados dentro de “lo que puede ser permitido” y lo que no altera el sistema jerárquico y funcional de relaciones familiares. Si hay límites difusos, se produce un amalgamamiento o relaciones fusionadas entre los miembros de la familia. Si, por el contrario, los límites son rígidos, se reducirá la comunicación, se puede generar desvinculación y poco sentido de pertenencia. Establecer límites claros promueve la independencia de los niños.
Control del comportamiento. ¿Se debe controlar el comportamiento de los niños o “dejarlos crecer libremente”? Los mecanismos de control son maneras de gestionar el consenso y los límites. El control flexible supone claridad de reglas, expectativas claras o explícitas, respeto a la individualidad y espontaneidad.Se deben evitar formas no funcionales de control como:
- La sobreprotección, que reduce las conductas independientes y estimula la “infantilización”.
- La supervisión inadecuada o negligencia, marcada por la indiferencia o el desinterés.
- La privación experiencial, que es cuando establecemos limitaciones al desarrollo de los niños porque no los dejamos exponerse a experiencias propias de su edad.
- Las presiones parentales inapropiadas, que se derivan de expectativas fuera del alcance de los niños (usualmente por encima de lo que podrán hacer).
¿Cómo criamos a los niños?
Podemos identificar varios estilos de crianza a los que recurren los padres:
- Autoritarios, en los que hay baja calidez emocional o afectiva y altos niveles de control.
- Permisivos, en los que hay alta calidez (asociada a la sobreprotección) y bajo nivel de control.
- Con autoridad o de corte democrático en los que a la calidez y la expresión de expectativas claras se suman niveles de control que promueven la autorregulación paulatina.
- Negligentes, indiferentes y rechazantes, en los que suele haber poca calidez y al mismo tiempo escaso o nulo control.
Recordemos que la familia no es una democracia: los padres deben tener claro que su jerarquía, funciones, alianzas, límites y mecanismos de control deben ser consistentes. De lo contrario, no se ayudará a los niños a hacerse independientes y posteriormente a vivir con autonomía.
¿Qué podemos hacer?
Lo primero que necesitamos es establecer límites claros: ¿Quiénes deben hacerlo? No debemos olvidar que esa es una de las funciones de los padres en conjunto ¿Por qué no debe romperse esa alianza? Porque debemos evitar triángulos perversos en los que los niños puedan sentir que es posible sabotear a alguno de los adultos y “salirse con la suya”.
A continuación, se deben establecer “hitos” para las conductas de los niños. En otras palabras, debemos respondernos ¿hasta dónde pueden llegar los hijos? Esto supone explicitar nuestras expectativas y reglas, así como responder: ¿Quién debe hacerlo y cómo? ¿Son negociables? ¿Cómo debemos reaccionar frente a la violación de los límites?
Cuando se produce una transgresión de límites los niños sienten que hay un movimiento de los hitos (las conductas aceptadas) y que se puede establecer nuevos límites. El riesgo de ello es la aparición de ambivalencias, ambigüedades, diferencias y temas irresueltos… ¡que pueden ser aprovechados por los niños para actuar sin medir consecuencias o sin aprender a respetar a los demás!
Por Leonardo Piscoya R., asesor de Ciencias Sociales
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