Nos preguntamos y hasta idealizamos cómo será la personalidad de nuestros hijos. Si bien viene influenciada por la carga genética, esta se va moldeando a medida que las diferentes experiencias y emociones permitan la construcción de la propia identidad y de la estabilidad emocional de los niños. En este proceso, el rol del hogar es fundamental, ya que desde la familia se forjan los cimientos necesarios para que ellos logren una estabilidad emocional que les permita el desarrollo de la personalidad.
Son los padres, con quienes un bebé adquiere el primer vínculo afectivo y el más fuerte, motivo por el cual, el hogar se convierte en el espacio que contiene y brinda estabilidad al menor. Es el lugar donde podrá aprender hábitos que le servirán como un modelo para sus futuras relaciones interpersonales.
Se sabe que el desarrollo de la personalidad empieza a forjarse, cuando el niño toma conciencia de sí mismo. En este proceso, intervienen las diferentes experiencias y los sentimientos que la acompañan. Por ej., si el niño es tratado bien, entenderá que es digno de cariño. Si logra realizar una tarea y es elogiado por ello, pensará que es capaz. Empezará entonces a asociar todas estas opiniones, que lo ayudarán a definirse y desarrollar un “autoconcepto” adecuado. Un buen vínculo con nuestros hijos, permitirá que obtengan una correcta estabilidad emocional.
En el camino del fortalecimiento de este vínculo ¿cómo saber qué tipo de crianza brindar?… El objetivo principal de la educación es favorecer el desarrollo integral de los niños y por tanto debe contemplar todas las dimensiones de la persona: cognitiva, física-motora, psicológica, social y afectivo. Los niños deben aprender a pensar, pero también a sentir.
Lo primordial es enseñarles a identificar correctamente sus emociones y que logren verbalizarlas, validando cuando nuestros pequeños estén tristes, enojados o con miedo. Ninguna emoción es negativa, cada una de ellas nos aporta un aprendizaje y es parte esencial del ser humano y nosotros debemos ser una guía en la forma como expresan estos sentimientos. Por ej., si nuestro pequeño se encuentra enojado porque quiere el mismo juguete que su hermano, podemos decirle: “Entiendo que estés enojado porque quieres lo mismo que él, pero ahora tu hermano está utilizando el juguete” ¿Qué podríamos hacer? Al plantear este tipo de respuesta, estamos mostrando empatía y comprensión y a la vez lo invitamos a la reflexión, logrando así que genere sus propias alternativas de solución.
Por otra parte, un aspecto complementario del afecto hacia nuestros hijos son los límites. Amarlos no es sinónimo de permisión. Un hogar sin rutinas ni reglas generarán un ambiente de poca organización para el niño y crea en él o ella la idea errónea de que siempre serán satisfechas sus necesidades. No podremos desarrollar en ellos la tolerancia a la frustración, lo cual es primordial para sobrellevar las dificultades que nos presenta la vida. Un hogar con hábitos y límites permitirán el desarrollo de niños y niñas autónomos, sanos emocionalmente y capaces de resolver problemas.
La infancia es una etapa crucial donde se asientan las bases para el desarrollo de la personalidad. Ayudemos a nuestros hijos a definirse, pero sin criticar ni poner “etiquetas».
Ser padre no es sencillo y no existe un manual exacto para ello. La crianza es un aprendizaje continuo, demanda de tiempo y mucha paciencia. No siempre tomaremos las decisiones más acertadas y es válido equivocarse. Lo importante es reconocerlo y ver en nosotros mismos nuestras fortalezas y debilidades para crecer junto a nuestros pequeños y disfrutar la maravillosa aventura de ser padres. Por ello, es fundamental propiciar un ambiente que contribuya a futuro, al desarrollo de una personalidad madura, que les brinde autoestima y la capacidad de tomar sus propias decisiones.
Por Alejandra Guimet R., psicóloga nivel inicial
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